miércoles, 27 de mayo de 2020

Sin cera


Cada vez son menos los que creen en los milagros de los santos; cada vez son menos quienes forman una cruz imaginaria en el pecho antes de salir de casa; cada vez son menos los fieles quienes soportan la frialdad, las raspaduras y la soledad de la tierra en sus rodillas. Puedo decir que después de esto no quedará ni rastro de mi fe.
Me consta que fuiste devoto de la Virgen del cerro rojo; según te dijeron, cumpliría tus peticiones si eras un fiel seguidor de lo escrito en su libro sagrado y que con suerte podrías recibir el perdón absoluto y eterno cuantas veces fuera necesario. Sin embargo, desde hace días todo comenzó a ser distinto, ella dejó de creer en ti.
Escuché que llegó a ti en no sé qué cumpleaños. No tengo certeza de la persona que lo hizo puesto que jamás hablaste de ese tema. En un principio me pareció que era una broma de mal gusto dejarme tan cerca con ella pero después no tuve empacho por cederle un pequeño espacio en mi repisa. Así que decidí dejarle el rincón, a un costado de la ventana que da hacia la calle y de frente a la puerta de entrada. Supongo que ante mi soledad, su imagen era una especie de compañía, un escucha nocturno. Así que una vez instalada, no dudé en ofrecerle mi luz para guiar sus caminos.
¿Te has dado cuenta que lleva días en casa? ¿Ya no trabaja? ¿Por qué llora? ¿Por qué no deja de murmurar tu nombre? ¿Por qué su pecho es un tambor que toca con su puño cerrado? ¿Por qué cada vez hace más grande la cruz cuando se persigna? Tu que todo lo ves, tu que todo lo escuchas, ¡ayúdalo! ¡Levántalo! ¡No lo dejes rasgar sus ropas! ¡No lo dejes golpearse a sí mismo! Yo que confío en ti, ofrécele una mano. ¡Yo que velo tu sueño, despiértalo! Él nos dio refugio, resguárdalo. Cúbrelo.
Mauricio duerme en el suelo a mitad de la sala apenas cobijado por la luz del sol que entra en la tarde por la ventana. Desde que llegó la nueva inquilina anda muy distraído; noto que se le pierde la vista a través del cristal y no hay sonido o acción que lo distraiga de su ensimismamiento. ¿Qué haces Mauricio? ¿Por qué la miras de esa manera? Yo sé que ella es muy atractiva pero no la mires así. ¿Son sus largas pestañas que resaltan sus ojos o es su nariz afilada la que llama tu atención? ¿O es que empiezas a imaginar su cuerpo con un deseo inhumano? No te condenes Mauricio. No dejes entrar a tu imaginación lo que está debajo de su manto como si el aroma de sus piernas fuera un camino para llegar al vello en su pubis, a la cavidad de su ombligo. Detén tus deseos, haz para atrás tu respiración alcohólica; quita tu ceño fruncido; limpia la lágrima que quiere salir; no digas majaderías, no golpees la pared tan cerca de nosotros. Vuelve a poner tu cruz en su sitio.
¿Qué dices? No puedo explicarlo, no era él. Yo sé, quería colgarse a una de tus estrellas pintadas en tu vestido. Tú que todo lo vez y que todo lo escuchas debes saber qué tiene. Tú que has abierto tus brazos y los has dejado entrar más de una vez, dile que te cuente todo. Yo no puedo seguir en medio de ambos tratando de lidiar con sus miedos y sus deseos. Yo no quiero ser juez, me están haciendo parte. ¿Por qué dices que no entendería? ¿Cómo que has entrado a sus sueños? ¿Cómo es que has hecho todo para acomodar sus destinos? A qué te refieres con juntos: tú tan fría y tan pequeña, tú con caricias a distancia, tan manto de todos, tan consuelo de muchos. No, no puede ser él el único; no puede ser tú quien has elegido. No no no! No, no cites no repliques la historia que todo puede terminar mal.  
No hagas ruido, ahí viene otra vez. Ya es noche y va a su habitación. Deja de mirarlo así, solo guíalo, yo lo alumbro. Yo velaré por los dos. Qué haces, no mires hacia abajo. ¿A dónde vas? No te bajes que puedes quebrarte. A dónde vas, no abras tanto la ventana. A dónde me llevas, no me dejes cerca de las cortinas. Por qué en medio de la mesa, por qué cerca de su imagen.
Yo sé que estas extrañado; no recuerdas cómo llegamos aquí. Es domingo, las piernas y las manos te tiemblan. Entiendo tus murmullos: Dios no te vayas de mí, dios no te vayas de mí. No sé qué te ocurre. Dios no te apartes de mí. Yo sé que no puedes más, que no quieres salir de cama que con las cobijas encima estas pidiendo a silencios que su manto te resguarde. Pero ella no quiere, ya no. Cuántas promesas más Mauricio. Cuántas mentiras. Aunque reniegues la soledad te está volviendo un ogro y un desequilibrado. Nosotros nos damos cuenta, y escuchamos cómo es que en la noche las palabras y los sueños se desbordan de tu boca. Repiten mil nombres y pateas y te quejas. No nos mientas, nosotros te vemos cuando vas a la cocina por un vaso con agua y un escalofrío te persigue y se te adentra en los huevos y respiras, te arrullas y vuelves a dormir.
Ya no debo confiar en ti, ya no. Ya no debo aferrarme a tu mano, ya no. Ya no debo esperar tu llegada, ya no. Ya no debo desear tu mirada apuntando a mis ojos, a mis manos. Ya no quiero sentir tu rechazo, tu silencio, tus noches en que las nalgas de otras mujeres se contonean por toda esta casa y su aroma es un incienso que no se me quita, que se impregna, que ya no me deja tranquila. En verdad eres cruel, por eso eres humano. Yo te perdono, yo te amo. Tu nada entiendes. Tú error de dios que a mis pies ruegas un perdón. Cruz de mi existencia.
¿Estás seguro que no te da miedo rendir cuentas a Dios? Ellos que todo lo ven que todo escuchan; ellos saben lo que estoy pasando por ti. Ayer se confesó conmigo. Apenas llegaste y le temblaron las piernas y le sudaron las palmas, no por tenerlas juntas sino por tu presencia. Me pregunta si vale la pena seguir poniendo atención en ti; yo trato de convencerle de que vales cada uno los sacrificios, vale cada raspón, cada lágrima y cada silencio con el que me he atragantado. Me contó que esa es su penitencia: estar a la entrada de las puertas de Dios, con la mitad del vestido sangrado y en la espalda, una cruz con tu nombre tallado. En qué momento fui yo la que se humilla y viene a pedir ante el grande una oportunidad para ti, la que ofrenda su ayuno y sus rezos por ti.
¿A dónde vas, a dónde vamos? Ya nos mudamos un vez, ¿qué harás? Cómo que yo me quedo. No abras la puerta. ¿No vas a dejar algún rastro? No arrastres los pies, no llores. No mires atrás, se fuerte.
Mauricio vuelve a tener una mala la noche. Yo soy un faro que está medio de la casa, trato de llevar mi luz hasta la habitación. Mauricio escúchame, Mauricio vas a chocar contra tu soledad. Mauricio: ni una fe, ni un consuelo. Con cansancio, veo que amanece. Mauricio, yo tampoco puedo. Con los ojos abiertos, Mauricio mantiene la mirada perdida, mientras un hilo de humo se disuelve en lo alto y en su nariz el olor de la parafina se le adentra y se olvida.

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