Cada vez son menos los que creen en los
milagros de los santos; cada vez son menos quienes forman una cruz imaginaria
en el pecho antes de salir de casa; cada vez son menos los fieles quienes
soportan la frialdad, las raspaduras y la soledad de la tierra en sus rodillas.
Puedo decir que después de esto no quedará ni rastro de mi fe.
Me
consta que fuiste devoto de la Virgen del cerro rojo; según te dijeron,
cumpliría tus peticiones si eras un fiel seguidor de lo escrito en su libro sagrado
y que con suerte podrías recibir el perdón absoluto y eterno cuantas veces fuera
necesario. Sin embargo, desde hace días todo comenzó a ser distinto, ella dejó
de creer en ti.
Escuché
que llegó a ti en no sé qué cumpleaños. No tengo certeza de la persona que lo
hizo puesto que jamás hablaste de ese tema. En un principio me pareció que era
una broma de mal gusto dejarme tan cerca con ella pero después no tuve empacho
por cederle un pequeño espacio en mi repisa. Así que decidí dejarle el rincón,
a un costado de la ventana que da hacia la calle y de frente a la puerta de
entrada. Supongo que ante mi soledad, su imagen era una especie de compañía, un
escucha nocturno. Así que una vez instalada, no dudé en ofrecerle mi luz para
guiar sus caminos.
¿Te
has dado cuenta que lleva días en casa? ¿Ya no trabaja? ¿Por qué llora? ¿Por
qué no deja de murmurar tu nombre? ¿Por qué su pecho es un tambor que toca con
su puño cerrado? ¿Por qué cada vez hace más grande la cruz cuando se persigna?
Tu que todo lo ves, tu que todo lo escuchas, ¡ayúdalo! ¡Levántalo! ¡No lo dejes
rasgar sus ropas! ¡No lo dejes golpearse a sí mismo! Yo que confío en ti,
ofrécele una mano. ¡Yo que velo tu sueño, despiértalo! Él nos dio refugio,
resguárdalo. Cúbrelo.
Mauricio
duerme en el suelo a mitad de la sala apenas cobijado por la luz del sol que
entra en la tarde por la ventana. Desde que llegó la nueva inquilina anda muy
distraído; noto que se le pierde la vista a través del cristal y no hay sonido
o acción que lo distraiga de su ensimismamiento. ¿Qué haces Mauricio? ¿Por qué
la miras de esa manera? Yo sé que ella es muy atractiva pero no la mires así. ¿Son
sus largas pestañas que resaltan sus ojos o es su nariz afilada la que llama tu
atención? ¿O es que empiezas a imaginar su cuerpo con un deseo inhumano? No te
condenes Mauricio. No dejes entrar a tu imaginación lo que está debajo de su
manto como si el aroma de sus piernas fuera un camino para llegar al vello en
su pubis, a la cavidad de su ombligo. Detén tus deseos, haz para atrás tu
respiración alcohólica; quita tu ceño fruncido; limpia la lágrima que quiere
salir; no digas majaderías, no golpees la pared tan cerca de nosotros. Vuelve a
poner tu cruz en su sitio.
¿Qué
dices? No puedo explicarlo, no era él. Yo sé, quería colgarse a una de tus
estrellas pintadas en tu vestido. Tú que todo lo vez y que todo lo escuchas
debes saber qué tiene. Tú que has abierto tus brazos y los has dejado entrar
más de una vez, dile que te cuente todo. Yo no puedo seguir en medio de ambos
tratando de lidiar con sus miedos y sus deseos. Yo no quiero ser juez, me están
haciendo parte. ¿Por qué dices que no entendería? ¿Cómo que has entrado a sus
sueños? ¿Cómo es que has hecho todo para acomodar sus destinos? A qué te
refieres con juntos: tú tan fría y tan pequeña, tú con caricias a distancia,
tan manto de todos, tan consuelo de muchos. No, no puede ser él el único; no puede
ser tú quien has elegido. No no no! No, no cites no repliques la historia que
todo puede terminar mal.
No
hagas ruido, ahí viene otra vez. Ya es noche y va a su habitación. Deja de
mirarlo así, solo guíalo, yo lo alumbro. Yo velaré por los dos. Qué haces, no
mires hacia abajo. ¿A dónde vas? No te bajes que puedes quebrarte. A dónde vas,
no abras tanto la ventana. A dónde me llevas, no me dejes cerca de las
cortinas. Por qué en medio de la mesa, por qué cerca de su imagen.
Yo
sé que estas extrañado; no recuerdas cómo llegamos aquí. Es domingo, las
piernas y las manos te tiemblan. Entiendo tus murmullos: Dios no te vayas de
mí, dios no te vayas de mí. No sé qué te ocurre. Dios no te apartes de mí. Yo
sé que no puedes más, que no quieres salir de cama que con las cobijas encima
estas pidiendo a silencios que su manto te resguarde. Pero ella no quiere, ya
no. Cuántas promesas más Mauricio. Cuántas mentiras. Aunque reniegues la
soledad te está volviendo un ogro y un desequilibrado. Nosotros nos damos cuenta,
y escuchamos cómo es que en la noche las palabras y los sueños se desbordan de
tu boca. Repiten mil nombres y pateas y te quejas. No nos mientas, nosotros te
vemos cuando vas a la cocina por un vaso con agua y un escalofrío te persigue y
se te adentra en los huevos y respiras, te arrullas y vuelves a dormir.
Ya
no debo confiar en ti, ya no. Ya no debo aferrarme a tu mano, ya no. Ya no debo
esperar tu llegada, ya no. Ya no debo desear tu mirada apuntando a mis ojos, a
mis manos. Ya no quiero sentir tu rechazo, tu silencio, tus noches en que las
nalgas de otras mujeres se contonean por toda esta casa y su aroma es un
incienso que no se me quita, que se impregna, que ya no me deja tranquila. En
verdad eres cruel, por eso eres humano. Yo te perdono, yo te amo. Tu nada entiendes.
Tú error de dios que a mis pies ruegas un perdón. Cruz de mi existencia.
¿Estás
seguro que no te da miedo rendir cuentas a Dios? Ellos que todo lo ven que todo
escuchan; ellos saben lo que estoy pasando por ti. Ayer se confesó conmigo. Apenas
llegaste y le temblaron las piernas y le sudaron las palmas, no por tenerlas
juntas sino por tu presencia. Me pregunta si vale la pena seguir poniendo
atención en ti; yo trato de convencerle de que vales cada uno los sacrificios,
vale cada raspón, cada lágrima y cada silencio con el que me he atragantado. Me
contó que esa es su penitencia: estar a la entrada de las puertas de Dios, con
la mitad del vestido sangrado y en la espalda, una cruz con tu nombre tallado.
En qué momento fui yo la que se humilla y viene a pedir ante el grande una
oportunidad para ti, la que ofrenda su ayuno y sus rezos por ti.
¿A
dónde vas, a dónde vamos? Ya nos mudamos un vez, ¿qué harás? Cómo que yo me
quedo. No abras la puerta. ¿No vas a dejar algún rastro? No arrastres los pies,
no llores. No mires atrás, se fuerte.
Mauricio
vuelve a tener una mala la noche. Yo soy un faro que está medio de la casa,
trato de llevar mi luz hasta la habitación. Mauricio escúchame, Mauricio vas a
chocar contra tu soledad. Mauricio: ni una fe, ni un consuelo. Con cansancio,
veo que amanece. Mauricio, yo tampoco puedo. Con los ojos abiertos, Mauricio
mantiene la mirada perdida, mientras un hilo de humo se disuelve en lo alto y
en su nariz el olor de la parafina se le adentra y se olvida.